Cuando una pareja decide tener hijos, inicia una nueva etapa en su ciclo vital, una experiencia importantísima que aportará nuevas alegrías así como nuevos retos.
Ya que el nacimiento de un hijo marca un antes y un después en la pareja, es fundamental revisar y aclarar las razones por las que se desea ser padre o madre.
En ocasiones se puede pensar que los hijos pueden disolver conflictos conyugales o que su presencia fortalecerá una relación distanciada; nada más lejos de la verdad. Los hijos ponen a prueba a la pareja, por lo que se debe considerar que los conflictos previos no sólo no se solucionarán sino que pueden llegar a extremarse.
Así también, la decisión puede haber sido influenciada por presiones (sociales, familiares, conyugales) que generarán gran frustración si solo se han considerado las necesidades de los otros y no las propias.
Por todo lo anterior, es imprescindible que la pareja se comunique y que cada miembro sepa expresar sus expectativas y proyectos vitales. Así también, en la pareja debe existir una estabilidad previa sin esperar que el hijo sea el encargado de generarla o mantenerla.
Para iniciar esta nueva etapa, debe quedar claro que es algo querido por ambos y conviene hacerlo en un momento oportuno que no constituya un obstáculo para alguno de los dos.
Corresponde aclarar también qué prioridad tendrá la parentalidad en relación con la vida pareja: dependiendo del estilo de crianza que tuvimos, podemos tender a ver la crianza como un proceso que finaliza cuando los hijos son autónomos o un proceso que en realidad nunca termina. Ponerse de acuerdo en este aspecto puede prevenir muchos conflictos.
La terapia de pareja abre un espacio de comunicación que ayuda a clarificar y establecer acuerdos en relación con esta etapa.