La crianza respetuosa es criar desde el paradigma de que los niños poseen los mismos derechos que los adultos y que por tanto deben ser visibilizados, respetados y cuidados. Es por esto, que la crianza respetuosa no es sólo un estilo de crianza, sino un estilo de vida con base en esta persepectiva, alejada del adultocentrismo.
La educación, desde este paradigma, está dirigda a fomentar las habilidades, recursos y capacidades individuales de cada niño desde el respeto y amor incondicional. Controlar al niño e intervenir para que cumpla una expectativa se sustituye por un proceso de participación en su ritmo personal de desarrollo.
Este paradigma no es nuevo y se viene «cocinando» desde el siglo XIX con el surgimiento de la pedagogía; reforzado posteriormente con la Declaración de Ginebra de los años 20s (piedra angular de los derechos de los niños) y con la teoría del apego de finales de los 80s de John Bowlby, uno de sus más reconocidos defensores.
La crianza respetuosa, a diferencia de la crianza con apego, puede ser aplicada en cualquier etapa de la vida del niño y se caracteriza por los siguientes principios:
1.- Sintonía y comunicación:
Se refiere principalmente al vínculo y a la capacidad de poder identificar las necesidades físicas y emocionales del niño a través de la empatía para posteriormente poder responder a ellas de una forma adecuada.
Este «darse cuenta» que se fortalece gracias a las neuronas espejo, permite validar y reconocer la presencia del niño.
2.- Diferenciación y autonomía:
Principio relacionado con el apego seguro, implica permitir el proceso exploratorio para fomentar su aprendizaje. Establecer un espacio fuera de peligro para que el niño pueda explorar libremente sin dejar de estar presentes cuando necesite ayuda (juego independiente), favorece posteriormente en él una sensación de seguridad ante el mundo.
3.- Contacto:
Demostrar amor a través de los abrazos, besos y ternura. Es importante que el niño se sienta mirado, reconocido, apreciado y querido.
4.- Reconocimiento de las emociones:
Implica entender el comportamiento del niño para que él se pueda sentir entendido a la vez. Es tomar en cuenta sus emociones, impresiones e inquietudes y anteponer el reconocimiento de éstas a la situación. No subestimar sus opiniones, ideas, perspectiva de las cosas o su vivencia.
5.- Limites no punitivos:
Los límites desde esta perspectiva están relacionados con establecer una diferencia entre respeto y permisividad.
No todos los límites son igual de importantes, por lo que se establecen límites firmes y claros en aquellos que de verdad son escenciales para su seguridad, salud o respeto a otras personas, evitando siempre el autoritarismo y los castigos.
Hay diversas técnicas que pueden ayudar a cumplir este objetivo como explicar al niño la regla y el por qué de ella, cogerlo de la mano y direccionarlo a una actividad alternativa al mal comportamiento (hacer más que decir), así como colaborar mutuamente para establecer acuerdos correspondientes con aquello que puede hacer de acuerdo a sus capacidades.
La crianza respetuosa se basa por tanto en la confianza y respeto en ambas direcciones; en proporcionar la nutrición adecuada para que el niño pueda desarrollarse anteponiendo el pensamiento crítico o capacidad de análisis a la obediencia ciega.
A través de esto, el control y el «ir tras de ellos» se hace innecesario ya que las normas se interiorizan más facilmente y el niño en su etapa adulta aprende a actuar en correspondencia con sus valores y emociones, desenvolviéndose con una mayor seguridad en el mundo.
En este sentido, como padres es necesario ser amables con nuestros hijos así como con nosotros mismos y ser ejemplo de una regulación emocional saludable, procurando siempre responder en lugar de reaccionar. Reconocer la propia historia de crianza, compartir frustraciones con otros padres y en casos de desbordamiento, buscar apoyo de un profesional, pueden ayudar con esta tarea tan importante que es la parentalidad consciente.