El estrés es una respuesta de alarma de nuestro cuerpo ante eventos externos que generan tensión y ante los cuales percibimos una falta de recursos o tiempo para afrontarlos.
Cuando nos sentimos estresados, se desencadenan muchos mecanismos de adaptación que son útiles para “luchar contra el enemigo” y que nos preparan para la acción: aumento de la presión arterial, cambios en la química de la sangre, en la respiración y el apetito.
Sin embargo, si el estrés se mantiene en el tiempo; ya sea porque percibimos una amenaza constante (estrés crónico) o no logramos desacelerar el ritmo a pesar de que el estresor ya haya desaparecido (ansiedad), se destruye la flora bacteriana tan indispensable para el buen funcionamiento del sistema inmune.
Si nuestro sistema inmune disminuye, permitimos la entrada de virus o bacterias a nuestro cuerpo por lo que a mayor estrés, mayor posibilidad de enfermarse.
Contrario a lo que mucha gente piensa, la enfermedad no depende tanto de la presencia de estos virus o bacterias en nuestro ambiente, como de la predisposición de nuestro cuerpo a admitirlos.
La terapia es un espacio muy útil para descubrir herramientas que permitan lidiar con el estrés ayudando a nuestro organismo a regularse poco a poco y al trabajar sobre el componente subjetivo, también se logra modificar las percepciones que mantienen la ansiedad.