Existe una sensación de estabilidad en todos nosotros y en nuestras familias que se va construyendo a través de las rutinas del día a día. Dicha estabilidad puede ser interrumpida o amenazada por los llamados momentos de crisis.
Las crisis son cambios repentinos que nos descolocan y que hacen tambalear nuestro equilibrio físico y emocional. Dentro de las crisis, el desahucio o pérdida de una vivienda es de las más perjudiciales ya que, más que una vivienda, lo que se pierde es un hogar; es decir, un lugar de refugio y seguridad, de protección, de pertenencia e intimidad.
La pérdida de este pilar tan básico supone un proceso de duelo intenso que desata emociones de tristeza, rabia o desesperación. Así como en todo proceso de duelo, puede existir una primera fase de negación que lleve a las personas a resistirse a los cambios de rutina y de hábitos. También se sabe que una vez sucedido el desahucio, puede aparecer estrés postraumático y llevar a la persona a aislarse por vergüenza o culpa.
Así mismo, es importante considerar a nivel relacional que en ese estado de vulnerabilidad, cuidar a una persona enferma o cuidar de los hijos puede costar mucho más y que se pueden potenciar conflictos familiares o de pareja que lleven a la separación.
Por otra parte, debido a la desorganización de la vida cotidiana, pueden aparecer también transtornos del sueño y de la alimentación, así como enfermedades físicas con un impacto importante en la salud.
Por todo lo anterior, es fundamental que la persona en proceso de desahucio esté informada y busque ayuda temprana. En caso de tener hijos, es conveniente que se les explique la situación y se le ayude a expresar sus emociones.
La asesoría psicológica permite un espacio seguro de acogida y acompañamiento emocional donde la persona puede expresar sus sentimientos y compartir sus experiencias conectando con aquellos recursos con los que sí cuenta y generando otros nuevos para retomar así, poco a poco, el control de su vida.