A pesar de que forman parte de la vida cotidiana, nuestras emociones pueden pasar desapercibidas fácilmente. En la actualidad hay muchas “distracciones” y una tendencia por controlarlas o suprimirlas.
Es cierto que algunas emociones son desagradables. Todos hemos sentido más de una vez, una gran tristeza, mucha ira o miedo; y querer que desaparezcan al instante. Sin embargo, nuestra lucha nunca tiene el éxito esperado y descubrimos que mientras más luchamos por no sentir, la emoción reaparece con más fuerza iniciando así un ciclo interminable.
La evitación o el intento de control de la mismas nos hace reaccionar impulsivamente, repetir patrones aprendidos o por el contrario hacer cosas que nunca imaginamos que haríamos. Entonces, ¿qué hacer cuando descubrimos esto?
Lejos de lo que se pudiera pensar, la solución no está en huir de las emociones sino en sumergirse en ellas, intentar reconocerlas y detallarlas, saborearlas: ¿Cómo se siente eso?, ¿Era solo rabia o tenía también alguna pizca de tristeza quizá?, ¿esto se parece a algo que ya he sentido en otro contexto o con otra persona?, ¿cuál es la diferencia?, ¿Qué fue lo que realmente me molestó, incomodó, entristeció etc?, ¿qué estaba pasando en ese momento? Es decir, comenzar un dialogo interno en contacto con nuestras emociones, que nos permita profundizar en la experiencia hasta agotarla.
Metafóricamente el proceso anterior se asemeja a un viaje en montaña rusa, donde cada vez que nos subimos, el miedo (o cualquier emoción) de la primera vez va aminorando y nos va permitiendo descubrir detalles que no habíamos percibido antes, cambiando toda nuestra experiencia.
La terapia es un espacio excelente que propicia el diálogo interno, ayudándonos a atender nuestras emociones y tener una nueva perspectiva de lo que pasa en nuestras vidas.