El bullying se refiere al acoso, maltrato o agresión (física o psicológica) que un niño o adolescente ejerce en contra de otro y donde existe una marcada desigualdad de poder. Dicha agresión no corresponde con algo meramente puntual, sino que es continua, sistemática y se da a lo largo de un tiempo prolongado.
En el bullying intervienen el agresor o bully (aunque en ocasiones pueden existir varios), la víctima y los testigos, por lo que la interacción recursiva se mantiene a través de las acciones de todos los participantes.
Con cada intento de acoso, el agresor va generando en la victima un estrés anticipatorio: la víctima tiene una gran expectativa de que su agresor le hará daño lo que le provoca gran ansiedad. Este estado de alerta excesiva, atrae de nuevo al bully que comete otro intento.
Por su parte, los testigos forman también parte de este sistema de interacciones. Los testigos son quienes aún cuando no parecen participar directamente en el bullying se encuentran observando la agresión. En su afán por detenerla pueden aliarse a la víctima procurando defenderla, unirse al agresor o no hacer nada. Los testigos juegan un papel importante puesto que son los espectadores los que en muchas de las ocasiones pueden facilitar o detener las agresiones.
El bullying trae por tanto consecuencias negativas para todos: angustia y depresión en el caso de la víctima; rechazo y frustración en el agresor; y culpa, miedo o desensibilización en los testigos.
Ante el bullying la comunicación es clave ya que el primer paso es identificarlo y desvelarlo. Así mismo es fundamental generar un frente común que incluya a la familia de los involucrados, al personal docente y a los servicios de psicología.